miércoles, 17 de octubre de 2012

MATEMÁTICO



A Gerzy, quien construye algoritmos, con amor...

Los últimos acontecimientos ocurridos en las calles de Numancia mantuvieron a Germán en un silencio casi absoluto. Como buen hombre de números decidió que tras la tempestad viene la calma; así que era mejor tomar las cosas con estoicismo espartano en lugar de tratar de rebelarse ante lo inminente.
Le tomó mucho tiempo, varias caipirinhas (su bebida preferida) y la optimización de encarnizados algoritmos, aceptar la triste e implacable realidad: de nada sirvió que fuera personalmente a entrevistarse con las autoridades de la Generalitat para explicarles, hacerles entrar en razón, y decirles que no debían derribar el edificio de la esquina de Marqués de Senmenat. Era viejo, cierto, pero guardaba el tesoro preciado, la herencia de los siglos.
El Imperio Romano, habiéndose establecido en las profundidades del Barrio Gotic en algún momento de su existencia, subrepticiamente, designó un par de selectos alcaldes para que se trasladaran al que ahora se conoce como el Barrio de Les Corts y realizar ahí ciertas secretas maniobras, dice la historia. No obstante la escasa información al respecto, ahora se puede explicar la razón incuestionablemente relacionada con el tesoro, de las excavaciones del traspatio.
Germán consultó a los historiadores de la Autónoma, de la Pompeu Fabra, de todas las universidades, entrevistó a los académicos de la ciudad, pasó días, semanas enteras casi sin comer en las bibliotecas tratando de desentrañar el enigma. Se alejaba ciertamente de sus investigaciones sobre el cálculo de campos electromagnéticos, pero había encontrado por primera vez en su vida –y se consideraba a sí mismo pionero- una pista que le llevaría a observar la reunión de todos los puntos posibles, la unidad infinitesimal, el codiciado aleph.
Sabía de antemano que nunca lo lograría. Pero aún a sabiendas, quiso correr el riesgo como buen heredero de Borges.
Todo comenzó la primavera de 2002 mientras paseaba por las Ramblas. Miraba las estatuas humanas, las pinturas, los roedores..., y de repente se le apareció, como una epifanía, la mirada artera de Laura. No escuchó lo que ella graciosamente le decía como invitándolo a dar unos pasos de cierta samba brasileña, no precisamente bien acompasada pero llena del sabor latino. Por supuesto que sabía bailar, había vivido dos años en Sao Paulo y conocía tales veleidades; sin embargo, su temperamento flemático le impidió condescender y, viéndose flanqueado, decidió volver atrás y mantenerse a distancia.
Laura no invitó a nadie más. Germán se preguntaba –con verdadero pánico- si en sus ojos había encontrado la solución o, mejor dicho, la intersección de los puntos, la respuesta, la pregunta, la pauta. No quiso mirarla detenidamente. Le aterraba verse sorprendido.
Laura se convenció de que había algo en ese chico que la ataría a su lado.

Tres semanas más tarde, frente al inminente plazo de entrega de resultados de la investigación sobre la energía radial, el 15 de agosto, Laura se presentó en el laboratorio para sorpresa de sus compañeros de trabajo. Germán hizo como si no la conociera. Siguió trabajando en el algoritmo de interpolación de campos, recitando en voz baja, como encantado, Mandelbrot, Mandelbrot, Muhammad ibn Musa al-Jwarizmi (quien, por cierto, fue el inventor del algoritmo), Mandelbrot, al-Jwarizmi, Borges…, decía entre dientes.
Laura lo sorprendió colocando su cara entre él y el ordenador: -«¿Rezas?», le dijo.
-«A veces»-, respondió Germán.
-«No, tonto, te pregunto si estás rezando en este momento»-, insistió Laura.
Germán sabía que acabarían comiendo juntos en la cafetería de la Facultad. Temía que Laura fuera, además de una deliciosa inquietud a sus sentidos, un enigma más de los tantos que tenía por resolver.
Así que pensó y se dijo a sí mismo: -«No, vete, mejor no, vete ahora; la tentación de mirar de nuevo el aleph es como agua de mayo para mí, pero no ahora, será mejor después, cuando haya resuelto el algoritmo».
Caminaron. Intercambiaron ideas e ideales. Se mostraban como viejos conocidos. Germán le rehuía la mirada. Por primera vez en su vida adulta…, tuvo miedo.
La sensación fue parecida, pero superior, a la experimentada varios años antes en la esquina de Corrientes, en la Capital Federal, Buenos Aires -por supuesto- tras la persecución de la huella de Beatriz Viterbo y de la vieja casona de Carlos Argentino.
Al final de la tarde, cuando se asomaban casi inútiles los últimos rayos de sol, ahí, entre los árboles de los jardines de la universidad, lo miró resplandeciente. El aleph se encontraba colocado, instalado, depositado, raptado, en el interior del verdoso iris de Laura. Germán miraría solamente uno de los ojos de Laura, uno, con uno le bastó. Estaba estupefacto. La multiplicidad de las líneas y filamentos del iris fue como un túnel de placer. Germán se dejó llevar, absorto. Calculaba, medía, intentaba realizar operaciones mentales con sistemas notacionales que le permitieran entender luego. Luego, la despedida. Germán sabía que tendría que visitar el escondrijo de Marqués de Sentmenat y beber de su cáliz la sabiduría.
Laura no entendía muy bien el proceso. Ella se explicaba a sí misma, y a Germán, que lo que él había mirado en sus ojos era amor. Germán sonrió.
Y luego…, destruyeron el edificio. 

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