Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
John Donne, Devotions Upon Emergent Occasions
Ernest Hemingway tenía muchas habilidades, desde chico fue precoz, audaz y de inclinaciones artísticas; no obstante, Luis Villoro en el Prólogo a ¿Por quién doblan las campanas? (For Whom the Bell Tolls), lo retrata como “un experto en caza mayor, un consumidor récord de whisky y un aficionado a los deportes sanguinarios, que sólo escribía cuando una tarde de lluvia le impedía ir a los toros”. Paradójicamente, reconocemos en su novela sobre la Guerra Civil y cuyo título fuese inspirado por John Donne, autor de la cita que abre este artículo y que fuese un poeta inglés metafísico del siglo XVI, una sinceridad a veces conmovedora, como lo define el propio Villoro, para luego agregar: “Hemingway pretende hacer de la escritura una actividad física que transmita un “golpe” y deje a la vez una sensación de cansancio y vacío”.