Cuando vi la cinta The girl with the Dragon Tattoo (2011,
David Fincher) sabía que no encontraría nada original ni mejor ni necesario,
pero aún así cometí el error de verla. Después de la gran satisfacción que
dejara en mí la original película sueca, y tras haber leído los tres libros de
Stieg Larsson, valiente periodista, feminista a ultranza, me he dado cuenta que
la industria del celuloide es cada vez más industria que arte y es tan plástica
que yo he visto a una chica que parece marciana más que una hacker inteligente y tenaz, valiente y
vulnerable; se trata de una incipiente actriz a quien la Academia ha nominado, sí,
a esta chica marciana, quien nos muestra unos piercings recién hechos, unas cejas decoloradas para parecer rara y
una actitud a la que se advierte con facilidad que fue forzada a imitar a la
incomparable Noomi Rapace, la actriz original de la película basada en los
libros de Millenium.