Corría el año de 1967. La televisión mexicana se engalanaba con un programa
sin precedentes: Encuentro, auspiciado
por el Instituto Mexicano del Seguro Social. El intelectual “Bachiller” Álvaro
Gálvez y Fuentes dirigía una mesa de entrevistas a personajes que harían
historia.
Recuerdo que en esos años los niños y adolescentes casi no veíamos
televisión. Sin embargo, en mi familia solíamos merendar temprano -como eran
las costumbres mexicanas- y después todos juntos veíamos algún programa
televisivo, siempre y cuando fuera de interés cultural. Pude disfrutar de las
figuras que transitaron por esa mesa del bien llamado “Bachiller”, don Álvaro
Gálvez y Fuentes, quien compartía ese espacio con Marshall Macluhan, Abraham
Moles y Umberto Eco, entre otros
pensadores, quienes profundizaban en lo que se conocía como la sociedad de
masas.
Una de las entrevistas que marcó mi vida fue la que conjuntara a Jorge Luis
Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos
Fuentes. He buscado alguna copia de los programas de Encuentro y no es posible volver a disfrutar las magníficas
preguntas del intenso y muy bien informado “Bachiller”, abogado y periodista,
hombre certero y audaz, así como las extraordinarias declaraciones de los
célebres entrevistados.
Tengo en mi memoria algunas respuestas que están grabadas de forma
indeleble, salvo las líneas exactas que dijeran los grandes escritores. Así, al
preguntar el “Bachiller” a sus invitados sobre lo que les recomendarían a los
jóvenes escritores, recuerdo muy bien que Jorge Luis Borges contestó: “Que
lean, quien no ha leído Las mil y unas
noches no ha leído nada”; García Márquez dijo: “Que observen, hay que
observar para luego contar”; Vargas Llosa señaló: “Que escriban, ser escritor
es como cualquier oficio, se debe uno sentar a escribir ocho horas diarias y no
esperar a la musa de la montaña que nos dé inspiración”; Cortázar indicó: “Que
imaginen”; y Carlos Fuentes mencionó: “Que sueñen”.
Algunos de estos grandes escritores ya se han ido. Sin embargo sus obras,
maravillosas todas, han quedado en las bibliotecas del mundo, en las
personales, en los textos escolares, en las citas triunfales de los maestros de
las aulas, en las traducciones, en todos los rincones del planeta, en el
corazón y en la mente de quienes hemos tenido la fortuna de degustar sus obras,
recordar sus metáforas, reconstruir la grandiosidad de sus mundos,
embelesarnos, sufrir, encontrarnos, palpitar y llorar.
Tras la fortuna de haber tenido semejantes maestros, ¡y además por televisión!,
aunque no existía ni el sonido cuadrafónico, estéreo o dual; ni había aún
color, los veíamos a todos en blanco y negro y con fallas de transmisión; no
había televisiones planas ni de plasma -LCD o LED- ; ni televisión digital ni
de cable ni nada de estos artilugios. A pesar de todo eso quienes tuvimos la
oportunidad de ver esas entrevistas bebimos de la fuente de la sabiduría y la
literatura de los más encumbrados escritores de la literatura hispanoamericana
contemporánea.
Decidí estudiar Letras Hispánicas y poco a poco descubrí mundos posibles e
imposibles, la grandiosidad y la fuerza desgarradora del llamado Boom latinoamericano: Augusto Roa Bastos,
José Lezama Lima, Jorge Amado y José Donoso, además de los escritores
mencionados con anterioridad. Me asombré ante el “realismo mágico” y reconocí
que estaba viviendo una etapa maravillosa como lectora y como ser humano.
Entonces fue la delicada y a la vez impetuosa pluma de Carlos Fuentes quien
me llevó de la mano. Me acerqué a La
región más transparente y encontré la radiografía del México de los años
cincuenta; sufrí y me estremecí en la reconstrucción de la vida de un personaje
durante su agonía en La muerte de Artemio
Cruz; conocí los secretos del espionaje con La cabeza de la hidra; descubrí las vicisitudes de Hernán Cortés,
La Malinche y el primer mexicano de la historia en Todos los gatos son pardos; exploré la historia de España y América
Latina de más de quinientos años en el ensayo El espejo enterrado, obra en la cual se maneja el concepto de la
‘otredad’ en una de sus mejores manifestaciones; he recibido las enseñanzas de Gringo viejo y sus avatares
revolucionarios. En la obra Terra nostra
se perfilan distintas interpretaciones del pasado, se crea una noción
interdiscursiva de la historia por medio de la intertextualidad y se procuran
aspectos simultáneos de la realidad. Hay un sinnúmero de experiencias al seguir
la trayectoria literaria de Carlos Fuentes.
Pero sobre todo inquietante, siniestra, convulsa; siempre me he sentido
vibrar con Aura.
Comprometido políticamente, traducido a 24 idiomas, poeta, ensayista y el
más celebrado novelista mexicano: don Carlos Fuentes, gracias por habernos
prodigado tantos mundos posibles y mágicos con su deslumbrante e inextinguible
pluma. Descanse en paz.
Susana Arroyo-Furphy
Publicado en Hontanar www.cervantespublishing.com