miércoles, 8 de diciembre de 2010

Una epifanía

Del mar y sus peligros


Si los riesgos del mar considerara,
ninguno se embarcara; si antes viera
bien su peligro, nadie se atreviera
ni al toro bravo osado provocara.
Sor Juana
En las tinieblas de la noche oscura me hallé a mí misma, sola, desnuda, como en un espejo de mil reflejos de colores pardos. Entretenida y misteriosa mi alma vagaba cual quimera fina, derramada en incontables haces de luz líquida, dulce y dócil. Erré el camino dominado por espantos, duelos y tristezas, una vez y otra cual mínimo pájaro herido de muerte que hubiese surcado cielos, sin advertir sus tiernas alas, aquéllas que no pueden volar tan alto, ah, si los riesgos del mar considerara este triste aprendiz de hombre, de poeta, de sabio.
Aniquilada por el temor de la incertidumbre entendí que mi cuerpo era frágil, cual nívea flor del monte que crece con el viento galopado en su corola; frágil como quien mantiene los pies sumidos en la tierra agreste y se mece al vaivén del huracán. Así como la flor, como el cactus y el nenúfar, ninguno se embarcara; si antes viera, si pudiese decidir, presagiar o reconsiderar la acechanza de los males; y que bien su peligro, nadie se atreviera a intentar, al menos, escapar deslizándose por entre las sombras como si se pudiese esquivar los enigmas de la vida misma, como si se desnudara el alma ni gozosa, ni triunfante, ni al toro bravo osado provocara temor, esplendor divino. Ni ciencia más cierta fuera.

 Susana Arroyo-Furphy

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