En la actualidad hay 420 millones de personas que hablan español como lengua materna y 500 millones que la hablan; es la cuarta lengua por número de hablantes, después del mandarín, el hindi y el inglés; y la segunda más hablada como lengua materna, sólo superada por el mandarín (de acuerdo con el último dato de la ONU).
El español es la lengua romance de mayor difusión en el mundo, se habla en EE. UU., en España, en México, en América Central y en casi toda América del Sur.
Curiosamente, aun cuando el español de un hablante de Madrid y uno de la Ciudad de México o Bogotá o Montevideo (ciudades capitales) es bastante homogéneo, el español de un hablante de una población pequeña, aislada o con influencia de otras lenguas, manifiesta sendas diferencias.
Otro dato curioso, es que la mayor cantidad de hispanohablantes en el mundo se encuentra en México, sí, leyó usted bien: México, cuyo nombre oficial es Estados Unidos Mexicanos, el cual es un país con gran diversidad lingüística; no obstante, las 62 lenguas indígenas –por desgracia sometidas a la política y economía hispanohablante–, suman en la totalidad menos de 7 millones de personas. Y aunque podría parecer una cantidad nada deleznable –más de 100 países tienen menos de 7 millones de habitantes–, la realidad de la densidad demográfica de este país, México, es de 112,322,757 habitantes (censo de la ONU del 2010). Si somos consecuentes con la aritmética, la población mexicana es la cuarta parte de la totalidad de los hispanohablantes en el mundo.
Algo todavía más curioso es que el segundo país donde se habla español con el mayor número de habitantes no es España, la madre patria: es en los EE. UU. donde la población hispanohablante ha crecido como yerba silvestre en tierra fértil. Así que le ha quedado el tercer lugar a la otrora nación dominante: España.
Podemos asegurar que existe homogeneidad o uniformidad en el idioma español. Tal uniformidad ha sido defendida por Ángel Rosenblat y Rafael Lapesa entre muchos otros filólogos (historiadores de la lengua). Aun cuando otros como Pedro Henríquez Ureña, Juan M. Lope Blanch, José Moreno de Alba y otros, son partidarios de que tal uniformidad es falsa, nosotros, los que vivimos en un país de lengua no-hispana, constatamos día a día las innumerables posibilidades de comunicación que mantenemos entre los hispanohablantes. La comunicación diaria por teléfono, por e-mail, por Facebook o cualquiera que sea el medio que utilicemos para comunicarnos con un hispanohablante de otro país, es de incontables recursos. Desde los signos visuales o mímicos, como cuando tratamos de explicar el significado de una palabra, hasta extensas paráfrasis llenas de sabor y color autóctono.
Podemos apelar a la Real Academia Española (RAE), la cual “fija y da esplendor” al idioma español, aun cuando no siempre encontramos las expresiones particulares de un país o una zona dialectal de la que provenimos. Ejemplo de ello es lo siguiente: me encontraba revisando un texto de un poeta mexicano cuando me saltó una palabra: “macuilises”, debo reconocer mi ignorancia así que de inmediato me fui a la RAE para conocer su significado. Al no encontrarla en el diccionario, que es la autoridad, consulté distintos libros. Fue hasta la Enciclopedia del Idioma de Martín Alonso donde encontré el vocablo y su significado: ‘Árbol de corteza y hojas medicinales; sus flores tienen forma de campanita, de color lila; su madera es blanca y muy útil’.encontré que la palabra correcta es “macuilises”, siendo ésta el plural de “macuilis”. En la RAE esta palabra así como tantas otras, no aparece.
Es curioso advertir que los hablantes del español americano ponemos gran cuidado en que nuestro receptor nos entienda. En medio de sonrisas, referencias constantes, alusiones sencillas y sobre todo la gran disposición del receptor, se obtiene una comunicación feliz, en términos lingüísticos.
Rosenblat apuntaba que “el español hispanoamericano tiene una portentosa unidad, mayor que la que hay en la Península Ibérica”. Al referirse a la unidad del español americano y peninsular, el maestro Rafael Lapesa señaló: “Aunque no existe uniformidad lingüística en Hispanoamérica, la impresión de comunidad general no es injustificada ya que sus variedades son menos discordantes entre sí que los dialectos peninsulares”.
La lengua española se fija en las gramáticas y en los diccionarios. La autoridad la tiene la Real Academia. Sin embargo, ha habido brotes en la historia de la lengua respetados por los académicos de España, tal es el caso de Andrés Bello quien propusiera nuevas directrices en el estudio del español con una Gramática que ha hecho historia.
Sucede entonces que cuando en la RAE reconoce los estudios filológicos de un erudito americano, lo invitan a formar parte de su selecto grupo. Así se conforma, según parece, la Academia.
Desde el momento en el que el Instituto Cervantes (cervantesvirtual.com) publica la Gramática de Bello bajo la nomenclatura: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, limita el uso del español americano a la inmensa mayoría del mundo hispanohablante.
Pero la realidad de los hablantes es distinta. Millones de personas jamás consultan el diccionario de la RAE, ni saben que existe un organismo que “fija y da esplendor” a la lengua. Según los estudios, las Academias del mundo hispánico y la RAE son las encargadas en pronosticar hacia dónde va la lengua. Lo cual es una quimera. Algunos prestigiosos personajes, en su mayoría hombres, representan a cada país americano; a veces se trata de un escritor, otras de un lingüista, historiador o filósofo.
Lo cierto es que la lengua va hacia donde la llevan los hablantes. El DRAE es un diccionario normativo, no descriptivo.
En la actualidad no se puede pensar que la diferenciación entre el español americano y el español peninsular estriba en su diferente evolución. La evolución se da en Facebook, en Blogs, en Netlogs, en esta revista Hontanar, que es leída en más de 40 países, en las revistas electrónicas, en los e-mails o correos electrónicos y en cientos de espacios más. La evolución la dan los escritores y los comunicadores.
Pero además la evolución la da la madre que corrige al niño y que lo hace desde su propio dialecto hispánico, ya sea en Cartagena de Indias, Colombia o en Cartagena (Murcia) España; en Córdoba (Veracruz), México; Córdoba (Andalucía), España o en Córdoba, Argentina. La evolución se da en su mayoría desde las madres mexicanas, así como las estadounidenses, colombianas, argentinas, venezolanas, peruanas, chilenas, ecuatorianas, brasileñas (donde hay 12 millones de hablantes de español como 1ª y 2ª lengua), guatemaltecas, cubanas, uruguayas, en fin, americanas.
¿Cuál es el destino de los hablantes de la Península? Pues si no abren sus fronteras lingüísticas al mundo americano, si no manifiestan apertura en cuanto a la existencia de las distintas hablas americanas quedarán excluidos de la evolución.
Así que: ¡Preparáos, españoles!, dejad de reír al escuchar: se ponchan llantas o se pinchan neumáticos o cauchos (por se pinchan ruedas); canción pegajosa (por contagiosa), alberca (por piscina), pena (por vergüenza), platicar (por conversar), junta (por reunión), tlapalería (por ferretería), carro (por coche), recámara (por dormitorio), friolento (por friolero, oops!, hasta el DRAE mantiene este término cuyo significado es ‘muy sensible al frío’), alfombra (por moqueta), tapete (por carpeta), carpeta (por tapete), bañarse (por ducharse), regadera (por ducha), manejar (por conducir), coraje (por enfado), enojarse (por enfadarse), pasto (por césped), piso (por planta), departamento (por piso), güero (por rubio), arete (por pendiente), etc.
Estos han sido solamente unos ejemplos, invito a los hablantes de español de América a que continúen la lista.
Por último, no quisiera pasar de largo que lo que se encuentra entre paréntesis también es entendido, dicho y hablado en México y en las otras regiones americanas. Creo que la razón se debe a que en Hispanoamérica leemos a los escritores españoles. Es el momento para que los españoles lean a los hispanoamericanos, hay magníficos escritores de los cuales aprenderán variadas expresiones y coloridos vocablos.
Mi propuesta es la de una democracia lingüística. Los números hablan y las realidades comunicativas también.
Susana Arroyo-Furphy
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