Sitio destinado a todas las personas interesadas en nuevos/viejos/arcaicos descubrimientos, pensamientos y sentimientos, a todos los "Nictimene". A lo largo del blog se dará información, imágenes, estudios y comentarios sobre este personaje ficticio o no ficticio. El lector lo hará real. Susana Furphy
lunes, 6 de julio de 2009
ESCRITORA
Por Susana Arroyo-Furphy
Sara era contadora… de historias. Le encantaba inventar cuentos y entretener a la gente. En ocasiones después de leer se ponía a escribir la continuación del libro y se preguntaba por qué el autor había dejado la historia con ese final o con este otro, a ella le habría gustado que no terminara nunca.
La madre de Sara preparó una magnífica fiesta de bodas.
“-Parecerás una princesa”, –le dijo. “Serás como uno de tus personajes y para tu felicidad esta historia nunca terminará, será para siempre.”
Tres años después de su divorcio, Sara seguía soñando con las historias que desarrollaba y plasmaba en sus cuadernos; se sucedían los acontecimientos, uno tras otro: lectura-reescritura. Se pensaba a sí misma viviendo con el mismo hombre, yendo a trabajar, llevando a los niños al colegio, regresando a preparar la cena, en fin, la vida común de una mujer casada. Era tal su imaginación que a veces llegaba a su solitaria casa y hablaba con sus personajes, los hacía reales en su vida diaria, eran reales en su escritura.
Su sedentaria vida como bibliotecaria le ofrecía momentos excitantes… en su mente. Leía afanosamente tratando de encontrar la historia que más le agradara para continuarla con su muy peculiar estilo. Así, cambió el final de Aura, la novela de Carlos Fuentes, le dio vida a la anciana Aura/Consuelo y la mantuvo sin enfermarse en lo más mínimo. La joven Aura se casó con Felipe Montero, tuvieron muchos hijos y fueron felices. Poco a poco la anciana Aura se fue deshaciendo de tan viejita.
En El amor en los tiempos del cólera, modificó el final de la historia pues no le gustó, le pareció demasiado bello para ser verdad aún en la ficción, así que decidió dejar vivo al marido de Fermina Daza y resolvió que Florentino la amaría para siempre en secreto, un día él moriría -quizá de una caída- y ella no se enteraría jamás ni de su amor ni de su muerte. Pensaba, Sara, en el amor eterno y frustrado, era más cercana a Rimbaud o a Mallarmé, que al propio García Márquez. Sufría pero esperaba, pensaba en la falta ideal de las rosas.
En su vida no pasaba nada, solo el tiempo, el cual transcurría con lentitud. La espera se alejaba, la escritora contaba los días, contaba las horas, contaba sus historias en el letargo de su existencia, en la ausencia del reencuentro con el amado que había descrito puntualmente en el papel de su memoria. Aguardaba paciente la felicidad.
Sara construía personajes reales… en su mente, hablaba con ellos, lloraba con ellos, se enfadaba, hacía todo lo que las personas suelen hacer con la gente real.
Un día, al terminar sus labores en la biblioteca y tras haber tomado el “metro” prefirió caminar a casa y luego de andar varias calles, llegó a su vecindario, siguió las veredas solitarias hasta perderse y ahí en la penumbra, casi en la oscuridad, se sintió por primera vez en su vida: sola. Miró hacia las bombillas públicas, alcanzó a ver la tenue lluvia que parecía nieve esparcida en un haz de hielo y se detuvo a pensar; dio varias vueltas en círculo, sintió su rostro húmedo, mojado, empapado, sedienta en la humedad de la prodigada lluvia, sonrió, rió, luego… a carcajadas. Continuaba dando círculos sobre su propio eje cuando un hombre la vio e intentó hablar con ella, pero Sara estaba extasiada, el placer de la lluvia en su cara, en sus cabellos, en su cuerpo, era inaudito.
Llegó la policía como respuesta al llamado del hombre anónimo. Sara fue escoltada hacia una celda. No entendía por qué le habían impedido ser feliz por primera vez en su vida. Entonces contó historias, les habló de los Cuadernos de Don Rigoberto, de La casa tomada, les habló de los temores, de las angustias, rogó, pidió, suplicó que le permitieran hablar con Juan Marsé, les explicó que Goytisolo tenía razón, les imploró que le preguntaran al Capitán de Whitman. Nada. Todo fue inútil.
Sara ya no escribe. No se cuenta historias a sí misma, no las inventa, no las recuerda, no las hilvana, no las muerde, no las destroza. Sara está sola, perdida, no intenta ser feliz, ya no trata de encontrarse. Sara ha muerto.
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