Era la primera vez que Sonia escuchaba el Himno Nacional tras
haber vivido cinco años fuera de México. Se preguntaba la hora que sería allá,
del otro lado del mundo, su mundo, e inmediatamente hizo clic en el marcador
que siempre tenía a la vista con la hora de algunas ciudades importantes… para
ella. Eran las 12 de la noche o las 12 am como decimos los mexicanos (tiempo
del centro, como se suele decir), y en todas las radiodifusoras se toca el
Himno a esa hora. Se preguntaba el porqué.
Escuchaba Radio Imagen para seguir los debates políticos.
Enrique le había recomendado esa estación e instaló el sitio en el portátil, lo
cual resultaba conveniente. Ahora, al oír el tono y las palabras de los
mexicanos se reconocía, era una de ellos, quizá ése era un buen pretexto para
estar cerca de los suyos, era la mirada en el espejo o mejor dicho, la voz
reflejada.
A lo largo de los primeros acordes de ese himno que
cantara toda su infancia escolar con la mano colocada a la altura del pecho, el
pulgar hacia abajo, firme, el codo bien levantado, la actitud de respeto hacia
la escolta y desde luego hacia la bandera mexicana, un frío estremecedor
recorrió todo su cuerpo. Y no era por el aire acondicionado que tenía al máximo
-o mínimo, mejor dicho- sino por el remolino de recuerdos e imágenes que se conglomeraban
en su cabeza. Dejó de escribir por algunos instantes. Pensó por qué escuchaba
esa música, por qué ahora, por qué le afectaba. Se sintió perturbada.
La niñez de Sonia y gran parte de la adolescencia
transcurrieron como ríos de afluentes imágenes, en ellos las risas y los gritos
de los vecinos, la mirada artera de los adultos, historias de brujas y
aparecidos por las tardes, lecciones diarias con las monjas salpicadas de
oraciones y pellizcos, el bullicio de la ciudad, los olores, los sabores
cuajados de color, las graciosas celebraciones, la inocencia diluida en
retazos…
Continuó la programación de la radio como si nada y como
si nada la siguió escuchando, luego Tears
in Heaven, la vieja canción de Eric Clapton que de alguna manera ahora
adquiría sentido.
A Sonia le incomodaba escuchar esa música en una
radiodifusora mexicana, pues lo que quería era música en español, ya que si
deseaba otro idioma simplemente encendería la radio local. Ahora, la locutora:
“If you live in Mexico City…”; Sonia se dijo: “¿qué onda?” (al estilo de los
jóvenes citadinos). Se sintió mal de oír su ahora propia estación en inglés…?
En fin, pensó, esto de la globalización nos está alejando de nuestras raíces; pero
¿cuáles son nuestras raíces…? ¿El náhuatl?, pues entonces tomó un manual para
aprender el melodioso idioma, reconoció las primeras lecciones de don Marcelino
Hernández Beatriz y sollozó ante las imágenes de los indígenas, sus indígenas,
los de ella.
Seguía escuchando la música y entonces lo indecible: “Neon
Rainbow” de los Box Tops:
The
city lights, the pretty lights,
They
can warm the coldest nights.
All
the people going places,
Smiling
with the electric faces.
La vieja (¿vieja?) canción de… sí, pensó, echemos a volar los recuerdos como palomas al aire; ellos (los recuerdos) se aglutinaron, entonces decidió de manera impía ordenarlos uno a uno: ahí estaba don Juanito, meciéndose en su silla con su sombrero siempre café y su afable sonrisa; don Roberto y las partidas de dominó y su hija Juana; estaba Lorencita, la anciana de la larga trenza y las jaulas de periquitos australianos; doña Martha, don Ernesto y entre ellos, la enigmática Esther, amiga de su madre. Fijó su mirada, imagen caleidoscópica, en esa mujer y entonces los recuerdos se alteraron, llegaban juntos, agolpándose, los de la niñez y los de la no muy lejana conversación que sostuviera hacía poco tiempo con la desdichada mujer.
Y
de repente, “The Foundations”:
Why
do you build me up (build me up) Buttercup, baby
Just
to let me down (let me down) and mess me around
And
then worst of all (worst of all) you never call, baby
¡Vaya!, ¿se trataba acaso de una estación de radio
anclada a los fantasmas de su pasado?
Esther llegó a México siendo muy niña con su madre,
Lorenza, desde Galicia; el padre había participado en la guerra civil y decidió
tras arbitrarios maltratos salir de la península y llevar a la esposa y a una
Esther niña a buscar mejores horizontes. Se dijo que a su llegada no participó
a nadie de las bélicas hazañas. México es un país tranquilo, a la gente le
gusta cantar, llorar por los malos amores, tomar tequila, reír y bailar; ah, y
trabajar; pero no les agradan los soldados, no lanzan disparos, solo cuando
están contentos, como el 20 de noviembre para recordar la revolución o el 15 de
septiembre para celebrar la independencia, ¿o es el 16? Y entonces se ponen,
nos ponemos, muy serios y cantamos el Himno.
In
my midnight confessions
When
I tell all the world that I love you
…oh, qué sonido arrullador... eran los “Grass Roots”.
Lorenza era la fuerte de la familia, cosía, lavaba ropa
ajena, preparaba pulpos -a la
gallega, por supuesto- y vendía cuanto se le ocurría; se decía que en México desarrolló
cierto inocuo sentido mercantil; se comentó que así pagó los estudios de la niña
Esther quien se convertiría en abogada y viajaría mucho, comería en el Ambassadeur y siempre tendría un coche
de último modelo. Ah, pero los jueves la visitaba el licenciado Emilio
Villanueva, el padre de la mejor amiga de la Esther adolescente.
Parece que la versión original de “The Letter” es de Joe
Cocker, pero Sonia la escuchó con sus favoritos Box Tops:
Gimme
a ticket for an aeroplane,
Ain't
got time to take a fast train.
Lonely
days are gone, I'm a-goin' home,
'Cause
my baby just a-wrote me a letter.
Teresa, la madre de Delia, nunca quiso recibir en su casa
a esa jovencita de ojos verdes y mirada ladina. Sabía que era la mejor alumna
de su marido, que no sólo tomaba clases de Derecho Romano con él: las bebía. Temía,
desde el principio, que la galleguita trajera problemas a su casa. Pero luego
vino el accidente: Teresa rodó por las escaleras dañándose la columna, quedando
confinada a una silla de ruedas para el resto de sus días. Delia cambió la
carrera de Leyes por Medicina y así poder hacerse cargo de su madre, con lo que
Esther se sintió traicionada y continuó los estudios bajo la tutela de don
Emilio, el licenciado.
…el turno era para los Ermitaños de Herman:
There's
a kind of hush all over the world tonight
All
over the world you can hear the sounds of lovers in love
You know what I mean
Todos sabían que la joven Esther era amante del
licenciado. Ella empezó a trabajar con él en su despacho, pero para no
despertar rumores, ambos decidieron que ella se trasladaría con la competencia,
la firma Villalpando. El padre de la radiante abogada Esther murió, y Lorenza,
Lorencita, mantuvo su pequeña morada, tenía un gato, cinco pájaros y hablaba
todo el tiempo con todos, contándoles las hazañas de su marido en la guerra,
nadie le creía, decían que estaba loca. Miraba a los niños y reía a carcajadas.
Esther la llevaba a guardarse en su
casa, le molestaba ver el rostro desdentado de su anciana madre pero no hacía
nada pues estaba demasiado ocupada viviendo la promesa de Emilio, el
licenciado, de casarse con ella en cuanto muriera su mujer.
You
are so beautiful to me
To
me
You
are so beautiful
To
me
Can't you see
…con la voz honda y arenosa de Joe Cocker.
La visita era puntual, a las 6 de la tarde, luego de
llegar vestida de amarillo en un traje sastre espléndido, haciendo gala de sus
atributos y elegancia, la mujer Esther, la abogada, recibía al licenciado y
nadie la podía molestar, nadie, ni su mejor amiga, la madre de Sonia.
En la radio, la presencia de “The Foundations”:
Baby,
now that I've found you
I
can't let you go
I'll
build my world around you
I
need you so
Baby,
even though you don't need me
You don't need me
Esther esperó 20 años, luego 5 más; un día le dio un ultimátum al licenciado: “Soy joven aún”
-le dijo. “Te doy una última oportunidad, pídele el divorcio.” Cuando Esther
bebía –y eso ocurría cada vez con mayor frecuencia- el licenciado tomaba su
sombrero gris y se alejaba entre los gritos y arañazos de la avejentada Esther.
Ella, perdiendo toda compostura, gritaba a los vecinos: “¿Qué me ven?, no me
miren así, desgraciados, métanse en sus vidas.”
…una muy vieja canción en versión de los Beatles:
What
would you think if I sang out of tune,
Would
you stand up and walk out on me?
Lend
me your ears and I'll sing you a song
And
I'll try not to sing out of key.
Oh,
I get by with a little help from my friends
Mm,
I get high with a little help from my friends
Mm,
gonna try with a little help from my friends
Siguió así por una década más y a los 50, el tal Emilio,
ya de 70, se presentó un día, no era jueves, no quiso comer nada y le dijo con
voz renegrida: “Siéntate Esther, tenemos que hablar”; su ajado y cenizo rostro
adquirió mayor repugnancia cuando nauseabundas, salieron de su boca estas
palabras: “Teresa murió hace 20 años, ya no quiero mentirte más, me he casado
con una mujer muy joven, y tú, mírate, estás fea y vieja, bebes demasiado,
apestas, ya no me interesas”. Salió dejando a la pobre mujer perdida, roída,
corrompida, envilecida, bañada en escarnio y lacerante dolor.
Dos años antes de morir, la anciana Esther contó esta
historia a Sonia, quien visitaba el barrio de la infancia, intentando depurar
recuerdos y fantasmas tras la muerte de su madre, la mejor amiga de Esther.
La “Mermelada” cerró la transmisión con la deliberada “Reflexiones
de mi vida”:
I'm
changing, arranging, I'm changing
I'm
changing everything, ah, everything around me
The
world is a bad place, a bad place
Susana Arroyo-Furphy
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