viernes, 11 de junio de 2010

Amenábar, Ágora y yo






Hace varios días fui a ver la película “Ágora” en la clausura del Festival de Cine Español de Brisbane, en Australia. El festival concluyó con una copa de vino o una cerveza “Corona” y fue amenizada por estruendosa música. No era de esperarse semejante estrépito, por lo que decidimos marcharnos cuanto antes sin esperar las anunciadas “tapas” que creo que nunca llegaron. Generalmente estas clausuras o aperturas son bastante impersonales y, al parecer, ruidosas. Sin embargo, se agradece el trabajo de organización por traer algo de lo “español” o la idea de “hispanidad” a esta zona del Down Under.
He pensado, detenidamente, que aún con los aciertos que tiene la cinta “Ágora”, no puedo quitarme de la cabeza que me habría gustado ver otra puesta en escena completamente, diametralmente, indiscutiblemente, absolutamente distinta.
En primer lugar, habría evitado las multitudes. Algo en lo que el señor Amenábar se basa para contar su historia. No creo en absoluto que eso fuese necesario. Por momentos –y muchos– parecía una de las otrora famosas cintas realizadas por Cecile B. de Mille o más recientemente por el controversial Mel Gibson. Legítima bisutería.
Creo que Amenábar, como todo realizador (artista, artesano) tenía una historia que contar, como sucede con la literatura o con cualquier obra de arte. La historia que él originalmente quería contar –esto es lo que ha dicho en repetidas entrevistas– era la del problema religioso, el enfrentamiento entre paganos, cristianos y judíos hacia el siglo IV D. C. Esta historia de la conflagración religiosa fue interferida por Hipatia, la filósofa y maestra griego-egipcia, especialista en Matemáticas y Astronomía y con quien Amenábar y sus asesores-consejeros se encontraron, con seguridad, al hurgar en la historia de las religiones.
Fue este personaje quien sedujo a Alejandro Amenábar, puesto que la película se basa mayoritariamente en una parte de la vida de esta filósofa y la controversia religiosa. Desafortunadamente, y siendo el tema religioso el central del filme, se tergiversó la no-religiosidad de Hipatia. Una simple veleidad, menudo descuido.
Los personajes principales fueron elegidos con sumo cuidado. Se agradece el acento no-americano en superproducciones como éstas. Los diálogos fueron certeros, teatrales; aunque a veces desprendieron algunas risitas en el público cuando no se trataba de nada gracioso. En general se llevaba a cabo una comunicación forzada, no fluida, más cercana al teatro que al cine. De ahí el tema de las multitudes que no acaba de encajar en esta latente y persistente actuación cuyo rictus declamatorio y dramático imperaba en el escenario o set cinematográfico.
A pesar de las críticas histórico-geográfico-políticas, creo que se trata de un buen filme pues nos encontramos por primera vez con un personaje original. Nunca antes habíamos visto llevada a la pantalla la figura de Hipatia, la filósofa alejandrina.

Al parecer el joven realizador chileno-español estuvo ciertamente confundido en los tiempos y no consultó al oráculo debidamente, o quizás consultó a quienes lo asesoraron mal o nunca o tarde.

No obstante los aciertos del filme, no nos encontramos frente a una documento histórico sino frente a una película, por lo tanto el realizador tiene licencias que le son concedidas por llevarse a cabo una obra de ficción.
No podríamos utilizar ¡nunca! el o los contenidos de este filme como fuentes documentales, puesto que podríamos incurrir en galimatías. No se utilizaría jamás en un aula universitaria, por ejemplo, como punto de referencia filosófica o astronómica pues no hay datos sobre los descubrimientos elípticos de la Tierra o la órbita de los planetas adjudicados a esta Hipatia fílmica. Tampoco podríamos emplear la película como referencia histórica, debido a que hay muchos desaciertos, por ejemplo la riza de la Biblioteca de Alejandría que fue hecha en varios períodos y cuya final destrucción se debió a los musulmanes.
Tampoco podría emplearse en forma didáctica como se ha hecho en reiteradas ocasiones con la película “Yo, la peor de todas”, de la argentina María Luisa Bemberg para referirse a la enseñanza de Sor Juana. Es decir, quien quiera saber de Hipatia y su entorno, busque en Wikipedia antes de ir a la película “Ágora”.
Se entiende que el fin justifica –a veces– los medios. Tal es el caso de haber asesinado a Rachel Weisz, tan bella y tan joven, cuando la verdadera filósofa murió a los 60 años; es decir, visto y abordado de esa manera el tema del asesinato, es más “vendible” matar y apedrear a una joven que a una mujer en el ocaso de su vida.
Algo que en verdad me ha parecido desastroso es el empleo de Google Earth y, sobre todo, de manera tan frecuente. Como espectadora, me sentí tratada de 5 años, como lo hiciera Enrique Alonso en su Teatro Fantástico –excelente para aquellos tiempos, por cierto–; esas iterativas, altamente recurrentes y constantes imágenes panorámicas desde el llamado Bird's-eye satellite logran desalentar a cualquiera que supusiera que aquello de lo que se nos narraba visualmente, era histórico.
La geografía no es uno de los puntos fuertes de Amenábar. Canales que no existían en aquellos remotos tiempos, lagos creados recientemente. En fin, bastantes incongruencias en el vestuario, por ejemplo el de los uniformes de los soldados romanos. Sin embargo, yo no voy al cine a tomar una clase de Geografía o Historia, pero voy al cine a creer lo que veo, es decir, lo que ahí sucede. Así sea volar como Peter Pan o Campanita, debe ser propuesto lo suficientemente creíble para que yo, como espectadora, o cualquier otro, lo crea. Y no creí. La razón no fue por mi falta de fe sino porque no había necesidad, no era relevante mostrarme la Tierra entera para contarme una historia o un cuento.
La razón de la existencia del Google Earth nunca me pareció fundada. No se trataba de un problema de latitud sino de historia. Así que se debió evitar esa sobreexposición de tan novedosa herramienta. Con seguridad le ha deslumbrado la parafernalia electrónica al señor Amenábar.
Pero no todo es tan malo en “Ágora”. Podemos disfrutar por primera vez de un decidido enfoque de la superioridad de las mujeres o al menos de una, Hipatia, sobre los cabezotas que la rodean. Entre ellos su propio padre, quien no hace caso de sus sabias indicaciones y es atacado en un férreo y previsible combate.
Además disfrutamos también de un excelente Orestes, impecable actuación del guatemalteco-cubano-francés-israelí Óscar Isaac, joven, audaz, brillante, oportuno y quien imprime un gran toque de frescura y modernidad en sus movimientos, gestos, amor y pasión. Se agradece la actuación sincera y brillante de este personaje central.
Óscar/Orestes comparte créditos con Hipatia, caracterizada por la bella inglesa Rachel Weisz a quien ya hemos visto en una actuación bastante similar como defensora de las causas –creo que su performance fue muy superior– en “The constant gardner” (2005) y por cuya ejecución lograra un Óscar y muchos premios de la crítica.
El joven Davus/Max Minghella nos sorprende con una buena actuación dada su escasa carrera artística. Las columnas de esparadrapo caen desmayadas ante el fornido actor inglés.
Alejandro Amenábar, a pesar de sus falsas columnas y falsos dioses –digo, falsos por estar hechos de yeso-, a pesar de su Hipatia atea, a pesar de los uniformes de los romanos, del Google Earth, de su vuelo de ojo de pájaro sin razón de existir en su monumental filme, a pesar de las multitudes vistas desde el aire, desde abajo, de lado, de frente y de costado; a pesar de las incongruencias, es un director de quien se aprecia su esfuerzo y pasión. Larga vida y muchos éxitos le deseamos a este joven realizador. Ojalá que no tengamos que esperar otros 5 años –su película anterior “Mar adentro” es del 2004– para disfrutar, celebrar y comentar sus cintas.

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