domingo, 6 de mayo de 2012

El misterio de las palabras, de Victoria Navarrro


Pocas veces he leído relatos de misterio y suspenso con sincero detenimiento. Pensaba que el tema había sido extensa e intensamente tratado. Así, decidí que desde Arthur Conan Doyle o Edgar Allan Poe; Umberto Eco o Jorge Luis Borges, maestros en el tema, no había nada nuevo bajo el sol. Ahora, con respeto, me encuentro frente a una escritora que ha hecho las delicias de algunas de mis noches.
Sucede que tras el arduo trabajo diario me refugio en la lectura un par de horas antes de dormir. Pero yo no leo, degusto. Es decir, si la lectura me atrae leo despacio, casi palabra por palabra. Me agrada olfatear, saborear, catar, beber y apreciar con amplio detenimiento la lectura que se irá conmigo paulatinamente, en mi cerebro, hasta alimentar mi sueño.
Es así como me he encontrado con este libro que se apetecía enigmático, ya que su título El misterio de las palabras me sedujo entre las varias decenas que se ostentan en mi biblioteca. Noche tras noche divago entre los clásicos, algunos poco conocidos y la poesía, que es mi fiel compañera; amén de la semiótica, mi derrotero. La seducción se ha ejercido en mí por lo misterioso y por las palabras, que para mí evocan significado, forma y contenido.

El misterio de las palabras es la recopilación prolija de una autora que firma el libro: Victoria Navarro; pero bien podría ser un autor. Quiero comentar que me atrae la idea de no reconocer si es hombre o mujer quien firma el texto. Me cautiva porque hay una suerte de predisposición a la literatura femenina o varonil. Predisposición que no concuerda con lo que se ha escrito y que a veces resulta tautológico.
Algo que me ha parecido altamente gratificante para el lector es que el libro cuyo título responde al cuento más largo e importante –del que me ocuparé más adelante– se encuentra maravillosamente estructurado. Esto se agradece al autor y al editor. De esta manera, el lector no lee simplemente sino que transita en la lectura, viaja, camina, degusta. El material de El misterio de las palabras es sugerente, emotivo y vivaz; se encuentra en general rodeado de imágenes claras y nítidas, las cuales el lector puede registrar y a la vez recuperar en ese universo semántico (significativo) que se presume diferente y a la vez sugerido.
Cada uno de los cuentos que bordean el cuento principal que da nombre al libro, tiene un ingrediente de enigma y suspenso. En cada uno hay un misterio por resolver. El personaje central normalmente es un varón. El libro consta de 10 cuentos.
En el primero de ellos, “Vida apócrifa” se revela el origen de una mujer llamada Carlota, de quien no se sabe realmente si existió. La enunciación de esta idea encierra una paradoja. Narrado en forma masculina, el cuento es de una delicia subyugante. La música de Rachmaninov casi se escucha, hay una serie de efectos que procuran un ambiente amable y esperanzador para el narrador-personaje; el té de frutos del bosque, la insinuación de Carlota sugerida en un dulce arrebato, todo lo que ocurre en unas cuantas páginas es enunciado en forma ilocutiva.[1] Hay una constante alusión a hechos de los que tanto el lector como el propio narrador nunca darán cuenta de su veracidad.
En “Conversación en el Café Tacuba” la vida cotidiana de la Ciudad de México trae aparejada la historia inminente de las galimatías que suelen ocurrir en toda parte vieja de cualquier ciudad. Los callejones, las tiendas de antigüedades, las habladurías y las sorpresas con incógnitas que nunca se resuelven, un nombre, una conseja, un café importante, un ataque de pánico, un asesinato; todo puede suceder.
“Voces por el espejo retrovisor” da cuenta de un proceso que poco a poco desentraña la cruel realidad. Se da muerte a la persona esperada mas no por quien el lector imagina. Todo es conjetura, desánimo cruel pero inimaginable realidad. Bien tratado e inmejorablemente concluido es este breve cuento que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida.
El cuento “El telegrama” culmina con la brevedad de las palabras, siempre las palabras. La ubicuidad del relato transporta al lector a un lugar inhóspito pero sensiblemente real. Pocas cosas pueden pasar por la memoria que no sean relatadas con brevedad en la inconsciencia.
En “Una mujer sin atributos” nos encontramos de nuevo con el asesinato que ha dejado a todos, personajes, narrador y lector en la gran incertidumbre que es presentada con maestría.
“Las razones de Amelia” nos conduce a una sencilla descripción de la acusada. Sencilla y cruel, devastadora. La trágica sentencia de la que Amelia ha sido objeto puede ser redimida gracias a sus palabras, a la elocuencia y a la inmediata respuesta cuya retórica podrá salvarla o no.
El relato “Ángel” es de una nitidez sorprendente. Las letras se confunden, las palabras adquieren otros significados, la risa desaparece y la muerte acecha.
Finalmente, aunque no por el orden que estableció la autora sino por la libertad que me tomo para poder expresar mis ideas con más tiempo y espacio respecto del cuento “El misterio de las palabras”, quisiera comenzar por explicar un poco la trama del cuento. Se ha hallado el cuerpo inerte y en estado caso de descomposición de un hombre, Julián López de la Higuera, que vivía solo en un departamento de las calles de Dolores, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El caso sobre la muerte de este hombre se ha encomendado al detective Alberto Carril pues en su cuerpo hay signos de violencia. Curiosamente la situación se complica cuando nos enteramos de la vida del detective, quien ha sido recientemente abandonado por su esposa tras confesarle una relación con su mejor amigo. Así que el detective, quien llevaba una vida bastante gris, pues solamente se dedica a escribir historias de asesinatos en su tiempo libre, es ahora encomendado a esta tarea que no tendría nada de extraordinario, salvo que descubre que el occiso vivía completamente solo, que no tenía familia y que era dueño de la más espectacular colección que él hubiese visto en su vida: de diccionarios. El octogenario vivía únicamente para leer los diccionarios. Esa era su actividad. La vivienda era compartida por otras en las que como pequeños cuartos agrupados en hilera se encontraban todos los diccionarios perfectamente organizados por temas.
Hasta aquí me detendré para aplicar un modelo de análisis que me parece altamente conveniente. El resto de la historia, la cual es interesante y, diría yo, deslumbrante, es mejor que el lector de esta reseña lo lea por sí mismo para disfrutar el carácter literario y de suspenso que encierra.[2]
Charles Sanders Peirce, filósofo y semiólogo norteamericano (1839-1914), establece que la naturaleza del signo[3] es la de su existencia solamente por sus relaciones, el signo es relacional. Entendido así el concepto de la existencia de una inmensa biblioteca que contiene únicamente diccionarios y de cuyo dueño encontramos que ha sido asesinado, la propuesta del narrador se dirige a la existencia de una serie de signos cuyos índices nos conducirán a la interpretación.
No hay mejor ejemplo para la semiótica peirceana que un diccionario, el cual mantiene relaciones indiciales con su objeto. El índice,[4] para Peirce es un signo que se refiere al objeto que denota en virtud de estar afectado realmente por ese objeto. De esta manera, el gran tino de la autora al hacer corresponder la colección del hombre asesinado con una gran compilación de diccionarios, exhibe el carácter complejo, intra y extra textual del relato. Es decir, existe una abundante relación de signos cuyos índices nos llevarían a una multiplicidad de significados ya que si se busca una palabra en un diccionario y esa misma palabra o una similar se busca en ese mismo diccionario o en otro, o en otro, hasta agotar la colección, el trabajo no solamente conduciría a una labor titánica sino insosteniblemente posible. Por lo tanto, la colección de la que aquí se trata, que es una colección infinita de palabras, se manifiesta en un proceso de semiosis[5]; la influencia tri-relativa del signo, su objeto y su interpretante.
Cada una de las palabras contenidas en cada uno de los diccionarios no solamente significan en uno o varios sentidos, sino que comunican, transmiten, representan, expresan, dicen, indican, manifiestan, revelan, etc.; i.e. que actúan como símbolos[6] hacia el sujeto y a su interpretante. Con esto explico el carácter intrínseco de la significación, el hecho per se al presentar y representar la posibilidad de una colección de miles de diccionarios como parte de la significación del cuento. El carácter extra textual o extrínseco se da por la asmiliación, aplicación, correspondencia y relación de cada una de las palabras que se pueden consultar en cada uno de los diccionarios y la idea o grupo de ideas que cada una de ellas evoca. De esta manera el universo semiológico es impresionantemente gigantesco; aparece como una tautología representada por la autora, amén del desenlace, de por sí imaginativo y extraordinario del cuento.
Nos encontramos frente a una narración que contiene relaciones infinitas. Nos hallamos frente al signo  y su propio interpretante, su manifestación en una realidad dada y su relación con otros signos cuyos índices y símbolos descubren nuevos índices y símbolos por su mera enunciación, evocación o imaginación. Estamos así en el franco proceso de una semiosis ilimitada.
El cuento “El misterio de las palabras” contiene, además, voces intermitentes, intensa polifonía de seres que surgen deliberados y perfectamente trazados para corresponder con la claridad de la enunciación del discurso literario.


Publicado en Razón y Palabra www.razonypalabra.org.com



[1] De acuerdo con Austin, el "acto ilocutivo" se da en la medida en que la enunciación constituye, por sí misma, cierto acto, entendido como transformación de las relaciones entre los interlocutores o con los referentes.
[2] El misterio de las palabras. Victoria Navarro. México, Plaza y Valdés, 2009.
[3] "A sign, or representamen, is something which stands to somebody for something in some respect or capacity. It addresses somebody, that is, creates in the mind of that person an equivalent sign, or perhaps a more developed sign”. 
[4]Is a Sign which refers to the Object that it denotes by virtue of being really affected by that Object".
[5] …an action, or influence, which is, or involves, a coöperation of three subjects, such as a sign, its object, and its interpretant, this tri-relative influence not being in any way resolvable into actions between pairs." ('Pragmatism', EP 2:411, 1907).
[6] By a symbol I mean [a representation] which upon being presented to the mind - without any resemblance to its object and without any reference to a previous convention - calls up a concept.

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