Pocas veces he leído relatos de misterio y
suspenso con sincero detenimiento. Pensaba que el tema había sido extensa e
intensamente tratado. Así, decidí que desde Arthur Conan Doyle o Edgar Allan
Poe; Umberto Eco o Jorge Luis Borges, maestros en el tema, no había nada nuevo
bajo el sol. Ahora, con respeto, me encuentro frente a una escritora que ha
hecho las delicias de algunas de mis noches.
Sucede que tras el arduo trabajo diario me refugio
en la lectura un par de horas antes de dormir. Pero yo no leo, degusto. Es
decir, si la lectura me atrae leo despacio, casi palabra por palabra. Me agrada
olfatear, saborear, catar, beber y apreciar con amplio detenimiento la lectura
que se irá conmigo paulatinamente, en mi cerebro, hasta alimentar mi sueño.
Es así como me he encontrado con este libro que se
apetecía enigmático, ya que su título El
misterio de las palabras me sedujo entre las varias decenas que se ostentan
en mi biblioteca. Noche tras noche divago entre los clásicos, algunos poco
conocidos y la poesía, que es mi fiel compañera; amén de la semiótica, mi
derrotero. La seducción se ha ejercido en mí por lo misterioso y por las
palabras, que para mí evocan significado, forma y contenido.
El misterio de las palabras es la recopilación prolija de una autora que firma el libro: Victoria Navarro; pero bien podría ser un autor. Quiero comentar que me atrae la idea de no reconocer si es hombre o mujer quien firma el texto. Me cautiva porque hay una suerte de predisposición a la literatura femenina o varonil. Predisposición que no concuerda con lo que se ha escrito y que a veces resulta tautológico.
Algo que me ha parecido altamente gratificante
para el lector es que el libro cuyo título responde al cuento más largo e
importante –del que me ocuparé más adelante– se encuentra maravillosamente
estructurado. Esto se agradece al autor y al editor. De esta manera, el lector
no lee simplemente sino que transita en la lectura, viaja, camina, degusta. El
material de El misterio de las palabras
es sugerente, emotivo y vivaz; se encuentra en general rodeado de imágenes
claras y nítidas, las cuales el lector puede registrar y a la vez recuperar en
ese universo semántico (significativo) que se presume diferente y a la vez sugerido.
Cada uno de los cuentos que bordean el cuento
principal que da nombre al libro, tiene un ingrediente de enigma y suspenso. En
cada uno hay un misterio por resolver. El personaje central normalmente es un varón.
El libro consta de 10 cuentos.
En el primero de ellos, “Vida apócrifa” se revela
el origen de una mujer llamada Carlota, de quien no se sabe realmente si
existió. La enunciación de esta idea encierra una paradoja. Narrado en forma
masculina, el cuento es de una delicia subyugante. La música de Rachmaninov
casi se escucha, hay una serie de efectos que procuran un ambiente amable y
esperanzador para el narrador-personaje; el té de frutos del bosque, la insinuación
de Carlota sugerida en un dulce arrebato, todo lo que ocurre en unas cuantas
páginas es enunciado en forma ilocutiva.[1]
Hay una constante alusión a hechos de los que tanto el lector como el propio
narrador nunca darán cuenta de su veracidad.
En “Conversación en el Café Tacuba” la vida
cotidiana de la Ciudad de México trae aparejada la historia inminente de las
galimatías que suelen ocurrir en toda parte vieja de cualquier ciudad. Los
callejones, las tiendas de antigüedades, las habladurías y las sorpresas con
incógnitas que nunca se resuelven, un nombre, una conseja, un café importante,
un ataque de pánico, un asesinato; todo puede suceder.
“Voces por el espejo retrovisor” da cuenta de un
proceso que poco a poco desentraña la cruel realidad. Se da muerte a la persona
esperada mas no por quien el lector imagina. Todo es conjetura, desánimo cruel
pero inimaginable realidad. Bien tratado e inmejorablemente concluido es este
breve cuento que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida.
El cuento “El telegrama” culmina con la brevedad
de las palabras, siempre las palabras. La ubicuidad del relato transporta al
lector a un lugar inhóspito pero sensiblemente real. Pocas cosas pueden pasar
por la memoria que no sean relatadas con brevedad en la inconsciencia.
En “Una mujer sin atributos” nos encontramos de
nuevo con el asesinato que ha dejado a todos, personajes, narrador y lector en
la gran incertidumbre que es presentada con maestría.
“Las razones de Amelia” nos conduce a una sencilla
descripción de la acusada. Sencilla y cruel, devastadora. La trágica sentencia
de la que Amelia ha sido objeto puede ser redimida gracias a sus palabras, a la
elocuencia y a la inmediata respuesta cuya retórica podrá salvarla o no.
El relato “Ángel” es de una nitidez sorprendente.
Las letras se confunden, las palabras adquieren otros significados, la risa
desaparece y la muerte acecha.
Finalmente, aunque no por el orden que estableció
la autora sino por la libertad que me tomo para poder expresar mis ideas con
más tiempo y espacio respecto del cuento “El misterio de las palabras”,
quisiera comenzar por explicar un poco la trama del cuento. Se ha hallado el
cuerpo inerte y en estado caso de descomposición de un hombre, Julián López de
la Higuera, que vivía solo en un departamento de las calles de Dolores, en el
Centro Histórico de la Ciudad de México. El caso sobre la muerte de este hombre
se ha encomendado al detective Alberto Carril pues en su cuerpo hay signos de
violencia. Curiosamente la situación se complica cuando nos enteramos de la
vida del detective, quien ha sido recientemente abandonado por su esposa tras
confesarle una relación con su mejor amigo. Así que el detective, quien llevaba
una vida bastante gris, pues solamente se dedica a escribir historias de
asesinatos en su tiempo libre, es ahora encomendado a esta tarea que no tendría
nada de extraordinario, salvo que descubre que el occiso vivía completamente
solo, que no tenía familia y que era dueño de la más espectacular colección que
él hubiese visto en su vida: de diccionarios. El octogenario vivía únicamente
para leer los diccionarios. Esa era su actividad. La vivienda era compartida
por otras en las que como pequeños cuartos agrupados en hilera se encontraban
todos los diccionarios perfectamente organizados por temas.
Hasta aquí me detendré para aplicar un modelo de
análisis que me parece altamente conveniente. El resto de la historia, la cual
es interesante y, diría yo, deslumbrante, es mejor que el lector de esta reseña
lo lea por sí mismo para disfrutar el carácter literario y de suspenso que
encierra.[2]
Charles Sanders Peirce, filósofo y semiólogo
norteamericano (1839-1914), establece que la naturaleza del signo[3]
es la de su existencia solamente por sus relaciones, el signo es relacional.
Entendido así el concepto de la existencia de una inmensa biblioteca que
contiene únicamente diccionarios y de cuyo dueño encontramos que ha sido
asesinado, la propuesta del narrador se dirige a la existencia de una serie de
signos cuyos índices nos conducirán a la interpretación.
No hay mejor ejemplo para la semiótica peirceana
que un diccionario, el cual mantiene relaciones indiciales con su objeto. El
índice,[4]
para Peirce es un signo que se refiere al
objeto que denota en virtud de estar afectado realmente por ese objeto. De
esta manera, el gran tino de la autora al hacer corresponder la colección del
hombre asesinado con una gran compilación de diccionarios, exhibe el carácter
complejo, intra y extra textual del relato. Es decir, existe una abundante
relación de signos cuyos índices nos llevarían a una multiplicidad de
significados ya que si se busca una palabra en un diccionario y esa misma
palabra o una similar se busca en ese mismo diccionario o en otro, o en otro,
hasta agotar la colección, el trabajo no solamente conduciría a una labor
titánica sino insosteniblemente posible. Por lo tanto, la colección de la que
aquí se trata, que es una colección infinita de palabras, se manifiesta en un
proceso de semiosis[5]; la influencia tri-relativa del signo, su
objeto y su interpretante.
Cada una de las palabras contenidas en cada uno de
los diccionarios no solamente significan
en uno o varios sentidos, sino que comunican, transmiten, representan,
expresan, dicen, indican, manifiestan, revelan, etc.; i.e. que actúan como
símbolos[6]
hacia el sujeto y a su interpretante. Con esto explico el carácter intrínseco
de la significación, el hecho per se
al presentar y representar la posibilidad de una colección de miles de diccionarios
como parte de la significación del cuento. El carácter extra textual o
extrínseco se da por la asmiliación, aplicación, correspondencia y relación de
cada una de las palabras que se pueden consultar en cada uno de los
diccionarios y la idea o grupo de ideas que cada una de ellas evoca. De esta
manera el universo semiológico es impresionantemente gigantesco; aparece como
una tautología representada por la autora, amén del desenlace, de por sí
imaginativo y extraordinario del cuento.
Nos encontramos frente a una narración que
contiene relaciones infinitas. Nos hallamos frente al signo y su propio interpretante, su manifestación
en una realidad dada y su relación con otros signos cuyos índices y símbolos
descubren nuevos índices y símbolos por su mera enunciación, evocación o
imaginación. Estamos así en el franco proceso de una semiosis ilimitada.
El cuento “El misterio de las palabras” contiene, además,
voces intermitentes, intensa polifonía de seres que surgen deliberados y
perfectamente trazados para corresponder con la claridad de la enunciación del
discurso literario.
Publicado en Razón y Palabra www.razonypalabra.org.com
Publicado en Razón y Palabra www.razonypalabra.org.com
[1] De acuerdo con Austin, el "acto
ilocutivo" se da en la medida en que la enunciación constituye, por sí
misma, cierto acto, entendido como transformación de las relaciones entre los
interlocutores o con los referentes.
[3] "A sign, or representamen, is something which
stands to somebody for something in some respect or capacity. It addresses
somebody, that is, creates in the mind of that person an equivalent sign, or
perhaps a more developed sign”.
[4] “Is a Sign which refers
to the Object that it denotes by virtue of being really affected by that
Object".
[5] …an action, or influence, which is, or
involves, a coöperation of three subjects,
such as a sign, its object, and its interpretant, this tri-relative influence
not being in any way resolvable into actions between pairs."
('Pragmatism', EP 2:411, 1907).
[6] By a symbol I mean [a
representation] which upon being presented to the mind - without any
resemblance to its object and without any reference to a previous convention -
calls up a concept.
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