En el marco del BIFF (Brisbane International Film Festival) se ha presentado una película que continúa en la cartelera cinematográfica de las salas de Sydney, Melbourne y aquí en casa, en Brisbane; se trata de la última producción del veterano y enigmático Costa-Gavras: “Eden is West”.[1]
La filmografía del director griego-francés Constantine Gavras[2] se ha situado generalmente en temas políticos –debido quizá a los estudios que hiciera de Leyes en Francia–, desde que dirigiera “Z”[3] protagonizada por Yves Montand y Jean-Louis Trintignant. De este último actor es memorable el papel que desempeñara como juez, el cual (quizá) fuera considerado de manera paradójica 25 años más tarde por Krzysztof Kieslowski en la tercera parte de la trilogía del eximio director polaco: “Trois couleurs: Bleu, Blanc et Rouge”,[4] y en la que compartiría créditos con la bella Irène Jacob. En esta última parte de la trilogía –“Rouge”– Trintignant es un juez venido a menos. Costa-Gavras lo había ya inmortalizado o estigmatizado en ese rol. Aunque he de mencionar que no fue el papel de juez el que le diera fama a Trintignant sino su deliciosa participación –y su inolvidable Mustang blanco– en “Un homme et une femme”.[5]
Costa-Gavras no se ha caracterizado por ser un director prolífico, no obstante, es altamente comprometido y visionario. En su impresionante “Music Box”[6] nos ofrece la mirada del inmigrante desde los ojos atribulados de la abogada Ann Talbot / Jessica Lange al descubrir a su padre, Mishka / Armin Mueller-Stahl, como un criminal de guerra.
“Le couperet”[7] es una mezcla de drama, tragedia noir y gran sentido del humor. El asesino en serie, Bruno Davert / José García, es redimido ante el espectador. La cinta ofrece alegorías y sensibles paradojas, juegos simbólicos que nos presentan una faceta más de Costa-Gavras como escritor-director, en suma, se define en él un sello de autor en la filmografía contemporánea.
Y así llegamos hasta “Eden is West” en una simpática y vibrante alegoría. Pero no todo es risas y bromas en esta cinta. Lo más sobresaliente es la manera como el autor-realizador Costa-Gavras nos demuestra lo que es hacer cine de verdad. El tema: nuevamente el drama del inmigrante, pero ahora con la pesadumbre, el hambre, el dolor del rechazado, el miedo, la vergüenza por no ser de buena cuna, de padre honrado (diría Sor Juana); esa vergüenza que se puede ver, oler, escuchar, vivir, un todo lo que este director griego-francés nos ofrece a sus 76 años.
El ojo del director –del director de cámaras, de los camarógrafos, del excepcional montaje, de la excelente musicalización y de todos quienes participan en este filme– procura una serie de matices en el ojo del espectador. Vemos lo que se nos muestra. Vemos lo que nos es permitido.
Es aquí en estos momentos de la narración en la que nos encontramos con la mirada de la que nos habla Roland Barthes, la mirada lúcida. Es esta suerte de iconografía propuesta que nos conduce a la degustación, como si fuera, sí, un platillo exquisito.
El protagonista, Elias / Riccardo Scamarcio, ¡excelente!, de quien nos sentimos fascinados, con quien sufrimos y nos avergonzamos por ser inmigrante en una tierra de primermundistas a veces desnudos, dueños de sus playas nudistas, de sus hoteles, de sus miserias y juegos lúbricos; ese protagonista nos preocupa, nos asusta, nos delata. Y es en este ojo quimérico, desolado, en el cual el realizador-hacedor Costa-Gavras nos ha dejado desprotegidos.
La cinta comienza in media res, es decir, a la mitad de los acontecimientos. No tenemos un pasado, no se nos dan antecedentes, no se nos dice de dónde es el inmigrante, qué idioma habla, qué edad tiene, hacia dónde va, no sabemos nada. Tampoco se concluye. Todo ha sido y queda abierto.
La película es un universo paradigmático lleno de valores y antivalores. Los valores fueron previamente propuestos por quienes ostentan el poder: dueños, jefes, contratistas, ciudadanos; y ellos son la degradación de los valores y mediante ellos se ejerce la mayor de las miserias. Nos es propuesto un héroe problemático el cual se convertirá en antihéroe.
Mucho tienen que aprender los que se sienten directores y autores, los que pregonan la libertad de la llamada industria cinematográfica.
El cine no es industria, es industrioso, lo cual no es lo mismo. El cine es, en su mejor y más alta definición: arte. Es este séptimo arte del cual se sirven algunos, pocos, como Costa-Gavras, para mostrarnos a los amantes de la pantalla grande el botón de la muestra. ¡Así se hace cine!
[4] Tres colores “Azul”, 1993, “Blanco” y “Rojo”, 1994; simbolizando los colores de la bandera de Francia.
Publicado en Hontanar, septiembre de 2009.
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